Entre el blanco y el negro
El tema del blanco y el negro como color
físico fue tratado por Rodchenko a principios del siglo XX, lo hizo con ánimo
de llegar a una realidad más profunda y acorde con el concepto de la pintura de
entonces. Pintó una serie de cuadros en los cuales el color, o la ausencia de
él, era el motivo de su propia representación. Pintó negro sobre negro, blanco
sobre blanco, rojo sobre rojo, amarillo sobre amarillo y también los contrarios
sobrepuestos, “negro sobre blanco… etc. ” Malévich le dio al tema una dimensión
filosófica, mística y si se quiere metafísica. Pintó dos cuadros que han hecho
historia, “blanco sobre blanco” y “negro sobre negro.” En la pintura de Malévich constatamos que en
los dos cuadros, situados en los extremos luminosos, existen pequeñas
diferencias, leves melodías para observar y no quedar desamparados; cosa que si
ocurría con las pinturas de Rodchenko.
Desde entonces han pasado muchas cosas en
la historia de la humanidad y pintura, ahora algo nos dice que todo esta más
allá del horizonte o que el cuadro es el horizonte mismo. La mirada nos hace
cómplices de la idea y allí donde no hay nada siempre aparece alguna cosa que
proporciona argumentos. Una reverberación sutil es suficiente para vislumbrar
una leve esperanza y hacernos preguntas. Sabemos que la nada, el vacío, no lo
es tanto y que en sus inhabitables espacios se gestan las probabilidades de la
vida. En el vacío se construye la realidad que vemos si sabemos lo que vemos.
La luz, la sombra, son rostros de la misma realidad y la diferencia radica en
nuestros ojos. En el horizonte de sucesos asoma el tembloroso matiz que forma
el pensamiento. El cuadro blanco esta pletórico de contenidos y así se afirma
cuando somos capaces de pensar en el esplendor de la luz. El negro no niega
nada y constatamos en él la textura que aparece con resplandores minerales.
Vemos en la negación de la luz, la sutil luminiscencia de la dirección del
pincel y la perspicacia del observador que se hace cómplice de aquel vacío
abisal. La conclusión; el blanco es luz que deslumbra con aquello que contiene
y el negro es negación que afirma con aquello que le falta. En los dos extremos
podemos escribir los versos del misterio y ocultar el suave pañuelo de las
intenciones.
La
luz, del blanco al negro.
Entre los dos extremos, el de la máxima
luz y la sombra más oscura, sitúa Àlvar Calvet los sutiles registros del ser.
Entre esas dos fronteras, cada una de ellas inhabitable, dibuja la trama
personal de 24 marroquíes, 12 que viven en Cataluña y doce en Marruecos.
Les llama retratos y han adoptado formas
geométricas, tramas realizadas a mano alzada que presentan matices y colores
que van, o vienen, del blanco al negro. Toda la serie tiene un marcado interés
por valorar las formas geométricas. Muy por encima de las armonías del color están
los gestos de la mano, la idea de la trama y la urdimbre que teje el cuadro. Valora de manera destacada estos dos hilos de
contrariada luz que configuran el tejido de un telar invisible; aquel que se
forma en el pensamiento humano…
Quizá tengamos que pensar que estas obras
son metáforas y lo que Àlvar nos quiere explicar responde a como se debate el
ser en su laberinto. Quizá la trama y la urdimbre presentan al ser atrapado en
su piel y éste forcejea e intenta liberarse de la esclavitud del rostro, de la
sumisión al nombre, para instalarse en
la “presentación del alma”.
También nos muestra otro compromiso, otra
mirada, otro principio que no niega a los anteriores: entre el blanco y el
negro están los ojos del que mira, el ser observador y el retratado… Cada
persona, 24 en total, se definen en una trama alegórica, una red de caminos
infinitos que contienen las claves del lugar “donde habitamos…”
Pienso que hay que ser justo con las
palabras y hacer ver que la trayectoria de Àlvar Calvet es estéticamente coherente
en su trabajo, tanto en la “manera de operar” como en los temas que trata. Él ya
había elaborado estas formas y la paleta de colores enjutos es parte de su
ideario. Estas tramas también son parte fundamental de su discurso y con él
aborda temas diferentes; el retrato puede ser aquí una excusa…
Sobre los retratos, pienso que la que presento
es una lectura atrevida, quizá veo y hablo sobre mi propia proyección, y sería
pedir demasiado, o lo justo, o quizá poco, que cada una de las obras
“presentara el espíritu” de la persona representada.
Sala de la casa de cultura de El Catllar. Exposición de Àlvar Calvet
12
Unidades, aquí y allá
Las obras son herméticas pero se
presentan como “retratos” obras dedicadas a personas concretas y todos ellos
emigrantes. El hecho de escoger el número 12, aquí y allá, no es una casualidad;
por tanto creo conveniente introducir una valoración del número para situar en
su lugar el despliegue de significados.
El 12 es el número solar, el que regula sus
movimientos temporales y mide su espacio circular. Como digo el numero es una
referencia espacial y temporal contemplada des de la escala humana. El sistema
sexagesimal nació de la componenda de los dedos de la mano derecha y los
múltiplos que proporciona los dedos de la izquierda. El tiempo todavía se mide con
el sistema sexagesimal y sus submúltiplos. Entendemos por años, días, horas,
minutos y segundos. El día tiene 12 horas y 12 son para la noche, de la misma
manera el año tiene 12 meses… En los cálculos babilónicos el año tenía 6 veces
60 = 360 días, pero después se ajustó a 365, pequeño desajuste del sistema
sexagesimal. El espacio de los círculos celestes y las esferas también se
fraccionó en ángulos (grados, minutos y segundos)…
El doce es el numero de veces que la luna
gira alrededor de la tierra y los
astrónomos primitivos establecieron como 12 los signos del zodiaco. También es una
medida común en el mediterráneo comprar los productos por docenas y en la Grecia
antigua eran 12 los dioses principales del Olimpo. Es el numero de la perfección y del orden cósmico. 12 son las estrellas de la bandera de la unión Europea inspirada en la tradición que dice que el doce es el número de la perfección, la igualad y la plenitud.
Para los creyentes, son muy conocidas las
doce tribus de Israel, fundadas por los doce hijos de Jacob. También eran doce las
estrellas que se representaban a la bandera del pueblo judío. En la Biblia son
nombradas las 12 puertas de la Jerusalén celeste, también lo son los 12 frutos
del espíritu santo, el mismo que los frutos del árbol del la vida. Se dice también
de las estrellas doradas de la purísima
recortadas sobre el azul del cielo. 12 eran los diáconos, los hombres justos del
evangelio y 12 eran los apóstoles... A Judas se le negó el título de apóstol,
quizá para ajustarse al número…
El
retrato: un señuelo del ser…
Por el momento podemos ver como la trama
y urdimbre en la pintura nos sugiere una red de bifurcaciones y cruces
infinitos. El ser se ubica pues en su laberinto y tenemos que pensar que si es
consciente observa y despliega su potencial intuitivo. Quizá sea capaz de
presentir la existencia de toda la red, si no es así, sólo verá su casilla y
los límites que la circundan. Se trata de una trampa metafórica, un embeleco
para ilusos… Vamos a pensar que estas ballestas de color representan las
cimbras del mundo y encarnan todo aquello que es posible entre los dos
extremos. El entramado teje las probabilidades y es donde se observan los
referentes, donde se forman las hipótesis y se crea la “realidad”; es ahí donde
el pensamiento se hace y se manifiesta. (Entiendo la realidad como ilusión,
ensueño que crea la mente). En este contexto, el de la pintura, lo que vemos y
la materia con la que estamos formados, es una paradoja incomprensible. Sólo es admisible si lo
hacemos con voz poética.
Cada individuo tiene la opción de ver
entre la luz y la sombra, entre el blanco y el negro y si hace un ejercicio de
inteligencia ajustada, notoria, sublime, llegará a la conclusión de que en el lienzo de la “realidad”
el ser sólo puede ocupar un lugar en el cuadrante que enmarque su pensamiento. En el mejor de los casos y en la sutil
conjetura de lo probable, sólo puede moverse dentro de la cuadrícula y cambiar de
lugar como se hace en el juego ajedrez o en el de damas. Así se define la geografía
del retratado, este puede ir del blanco al negro, pasar por los infinitos
matices que se despliegan entre los dos extremos pero no puede “romper el juego”;
nunca se puede salir del tablero o estar en todas las casillas a la vez y quedar cuerdo.
No obstante el ser es un creador
compulsivo, un poeta que puede inventarse las puertas de la liberación, imaginarse
más allá de los limites, pero ha de ser lucido y hacerse a la idea de que, en
realidad, cerradas las puertas de la poesía, él sólo es libre para escoger en
que cuadrícula se queda.
Creo oportuno citar aquí unos versos de
Rainer María Rilke en: “Poemas tempranos”
Pero las tardes son dulces y mías
bañadas en la tranquila luz de mi mirada:
entre mis brazos se duermen los bosques,
y sobre ellos soy yo mismo el sonido
y en la oscuridad de los violines
todo mi oscuro ser está unido.
El
retrato
Aunque siempre se ha representado así, el
ser no es un rostro, ni “un amasijo de nervios y tendones”, es una caja
misteriosa donde se recombinan las experiencias vividas con todo aquello que
nos viene dado. El ser es una trama de complejidades que lucha para liberarse
de la ilusión, o para sumergirse en ella, la “realidad” que cada cual fabrica en
su mente. El ser se mueve en un mundo reducido, acoplado a su entendimiento. Su
contexto es el lecho donde se mecen sus pensamientos y en ellos deposita su
razón de ser. Entre la luz liberadora puede sentir como los ojos traspasan la
oscuridad de los violines, los bosques duermen entre las manos y el oscuro yo
se une a las estrellas lejanas… En el mejor de los casos el ser es un hermoso
poema, un verso enamorado y agradecido a la vida. En el peor una quimera que lo
retendrá inmóvil en una de las cuadrículas. Radicalizado y ciego en la
oscuridad del cuadrado negro, deslumbrado e hipnotizado por el exceso de luz en
el blanco, en los dos casos no podrán seguir el juego ya que no puede ver…
La
claridad
Dice Tagore en el versículo 39 de: “La
cosecha”.
Se ha abierto el muro en dos, y como una
risa divina, de repente ha penetrado la luz.
¡Venciste, luz! ¡Has atravesado el
corazón del alma de la noche!
¡Corta en dos el enredo de la duda y la
enfermedad de los deseos!
¡Venciste!
¡Ven implacable!
¡Ven, nívea en tu blancura!
Tu tambor, oh luz, resuena el paso del
fuego, tu roja flama ondea en lo alto, y hasta la muerte fenece en un estallido
de esplendor.
La muerte fenece en un estallido de
esplendor… En ese momento los dos extremos se besan apasionadamente para crear
un enlace nuevo. Entre el blanco y el negro se expande la luz; entre sombras
aparecen los matices para mostrarnos el
mundo. Con ellas se hace posible la percepción de las cosas, los sentidos se
abren a nuevas realidades; es entonces cuando se inician los juegos del
entendimiento. En la luz de la mente aparecen los contrastes, los matices y
valores, así se forman los conceptos, los significados en las palabras, la
turbación de las emociones y con estas conexiones trazamos lentamente el
asombroso rostro del mundo.
Aparentemente nada podemos encontrar en
los extremos, en ellos fenecemos ya que son espacios sin señales, sin signos y
ahí nuestra mente se queda huérfana de referentes. Sin memoria, sin
indicaciones el juicio desaparece; en la ausencia de percepción, en la negación
de los sentidos, la mente queda en el lugar de las piedras. Nada hay más allá
del profundo oscuro, nada más aquí de la máxima reverberación de luz; eso dice
nuestro razonamiento.
En la percepción de la nada se diluye
todo aquello que no se puede pensar, eso muestran los sentidos cuando no son
capaces de describir la ausencia, el silencio, la quietud, el enigma que
reverbera de lo eterno. El ser se encuentra y se hace en la infinidad de
matices que se desprenden y se muestran entre el blanco y el negro; ¡no hay
nada más! En los extremos no hay espacio para la vida, son escenarios
minerales, pero justamente por aparecer como teatros inhabitables,
incomprensibles y crípticos, nos llaman la atención, nos seducen sus silencios
y provocan nuestro asombro. Son espacios que se presentan pletóricos a la
intuición. En realidad se trata de enclaves físicos que tienen respuestas
físicas pero también son lugares donde crece la duda y donde nacen las claves
del misterio.
El
misterio del ser
Cuando la luz se apaga, nadie puede
evitar la pregunta: ¿dónde ha ido a parar? Cuando alguien muere, tampoco; el
ser huye y de él solo queda un sutil rastro en nuestros recuerdos… Y cuando se
enciende y se alejan las sombras pasa lo mismo; ¡dónde se han recluido?
Entonces nacen otras preguntas; ¿serán las sombras el espacio de la muerte, el
lugar donde no se registra nada, nada, y mucho menos los pensamientos? ¿Será la
luz el deslumbramiento de la razón, un instante previo al origen del ser. Será
esta la imagen invisible del rostro dorado de Dios?
En ocasiones un respiro alentador nos
anima y la comprensión de las complejidades se revela en un instante. Es cuando
averiguamos que la oscuridad y la luz están igual de llenos y se presienten
pletóricos de memoria. La física nos habla de la materia y sus permutaciones,
de su excitada energía y de su “milagro dual” . Nos dice que por medio de la
velocidad la materia se deviene en luz. La luz y la sombra, el blanco y el
negro son los extremos del mismo mundo; ¡son las fronteras, los límites del
ser! Sabemos que la oscuridad esta llena de materia que un día resplandecerá. También
la luz está sometida a una pérdida de vigor que lentamente caerá en la sombra y
el olvido. La resultante de estos desencuentros es el mundo que vemos; elegía a los cambios que nos
explican quienes somos. El pensamiento, la conciencia del yo, la presencia del
espíritu aparecen entre el blanco y el negro; justo en esa delgada frontera, en
ese límite pletórico de referentes aparece todo lo que somos y todo lo que
podemos llegar a ser…
Gregorio Bermejo
Tarragona 27-8 2014